sábado, 30 de agosto de 2008

Unas simples zapatillas

Me había propuesto escribir la historia de Sherif y las zapatillas del tendido eléctrico desde mi punto de vista, pero después de leer el artículo que voy a poner a continuación en La Rioja, he decidido no hacerlo. Voy a utilizar la tecnología del "cortar y pegar". No es dejadez. El cronista lo borda.

Una vida de lucha continua y una muerte demasiado absurda

Unas zapatillas deportivas rompieron abruptamente las ilusiones del joven inmigrante que llegó en patera a España y que luchaba por regularizar su situación y traer desde Senegal a su hija de cinco años

La nueva vida en Nájera de Sherif Gueye, el joven senegalés que falleció electrocutado el martes, iba a alcanzar su segundo año este mes de septiembre. No lo podrá celebrar pese a que en 25 años ha logrado superar, una a una, más desgracias de las que cualquiera pudiera imaginar.
Logró vencer al mar, que se tragó para siempre su documentación, para eludir una repatriación segura y llegar a Canarias a bordo de una patera. Fue el primer paso de su particular periplo por España: centro de internamiento insular, traslado a Málaga y 50 euros y un bocadillo para iniciar su aventura peninsular.
Nadie sabe cómo ni porqué llegó a Nájera en septiembre del 2006, aunque todos presumen que acudió a la llamada de las vendimias. Y se enamoró de la ciudad, de la gente y de la hospitalidad que todos le brindaron desde el primer momento. Conchi, la propietaria del bar Virginia, le 'adoptó' y, entre lágrimas, aún habla de 'su hijo'. El mismo al que le llevó ropa y comida cuando combatía el frío nocturno; el mismo que celebraba la Navidad en su casa pese a ser musulmán; el mismo que hace unos días no le dijo que se había encaprichado de unas botas colgadas en unos cables.
Muy popular en Nájera, muchos sienten su muerte en primera persona. Alegre por naturaleza, extrovertido, optimista, simpático, educado... Son algunos de la retahíla de adjetivos con que intentan recordar a Sherif quienes compartieron con él algo más que un café. Su carácter abierto y su estrecha relación con el párroco de la Iglesia de la Santa Cruz y de la sede local de Cáritas le llevaron a aceptar, pese a su religión, el papel de rey Baltasar en la última cabalgata. Quedó maravillado y reservó para sí el puesto de próximas ediciones.
De familia pescadora y numerosa, en La Rioja no echaba de menos el mar. El cayuco fue en Senegal su forma de vida hasta que en una salida, «la muerte pasó por encima del barco», recuerda que le comentaba uno de sus amigos. Aquello acabó marcando a Sherif, que comenzó a pergeñar su futuro lejos de casa. Un futuro hipotético e idealizado que comenzó a tomar forma una vez que nació su hija hace cinco años.
Su objetivo era seguir trabajando y ahorrar lo suficiente para poder traerla a España algún día. Para que pudiera estudiar en Nájera y afrontar, allá donde ella eligiera, un futuro más prometedor que el de su padre. Esa lucha se atascó con la burocracia de las legalizaciones. Sus viajes a Madrid siempre resultaron infructuosos. Ni siquiera eso le agriaba el carácter, y la sonrisa perenne que todos recuerdan no le abandonaba.
Almería, Zaragoza y Lérida fueron, entre muchos otros, alguno de sus destinos laborales. Se movía, junto a varios compatriotas, al son que marcaba la temporada de recolección de frutas pese a que su situación legal le ponía continuas zancadillas que conseguía driblar. La vendimia, la misma que le trajo a La Rioja, era ahora su objetivo. Ya le habían reservado un hueco en una de las cuadrillas que se encargaría de peinar las viñas de la zona de Nájera.
Pero unas botas de fútbol se cruzaron en su vida. Hoy los responsables del tendido eléctrico las retirarán y nadie las querrá. El último sueño de Sherif, el más mundano de todos, fue el único que no consiguió realizar.

Luís J. Ruiz (La Rioja)

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